Anoche volví a ver Baby Driver, cinta que vi en el cine cuando fue estrenada (2017) y me dejó fascinado. En ella seguimos la historia de Baby (B-A-B-Y – BABY), un “demonio” del volante que vive, literalmente, al ritmo de su playlist. Cuando era niño, Baby estuvo en un accidente de tránsito del cual no se recuperó por completo, un zumbido se quedó en sus oídos para siempre. Por ello, él siempre lleva un par de audífonos: con el sonido de la música puede ahogar aquél incómodo zumbido. A partir de esta premisa la cinta, desde su primera escena, deja en claro cuál es su verdadero personaje principal: la música.
Como breve sinopsis, la historia la sobre la participación de Baby en una banda criminal liderada por Doc (Kevin Spacey), una mente criminal que cada tanto orquesta asaltos a distintas instituciones estratégicas de Atlanta (Georgia). En esta estructura delictiva Baby funge como conductor y único miembro estable de la banda de Doc, quien nunca al mismo grupo de criminales para realizar dos trabajos distintos. Por ello, Doc confiesa considerar a Baby como su “amuleto de la suerte”, y lo define como un buen chico y excelente corredor, lo cual es elegantemente retratado en el montaje de la cinta. Pasando por encima del guión (el cual es bueno, y nada más), lo profundamente atractivo en esta película es el montaje de las escenas, el cual sigue el ritmo de la acción y la música. Dije “el ritmo” y no “los ritmos”, porque la acción baila al ritmo de la música en Baby Driver, y eso es hipnotizante.
A partir de lo anterior, Baby Driver es un musical que no es un musical, y una película de acción que no es de acción. Ambos componentes están, pero la cinta no es totalmente enmarcada por ninguno de los dos, y esto es fascinante. La imagen, la acción y la música son consustanciales, están conectadas e integradas la una con la otra, dando nacimiento a una quimera explosiva. Claro, puedo nombrar decenas de películas de acción donde las escenas más importantes están acompañadas por una canción de épica. Pero, la canción es simplemente eso, un acompañante. En esta ficción, la música es un personaje y narrador de la película. Es un personaje porque está presente en todo el metraje, porque interviene y afecta el desarrollo de las acciones del protagonista y, principalmente, porque se roba la pantalla (aunque sea sonido). A su vez, la música es un narrador en la medida que cada canción está perfectamente alineada con cada una de las secuencias, de manera que en algunos momentos nos describe lo que está pasando en pantalla o, si prestamos atención, nos anticipa lo que va a pasar. Por todo lo anterior, esta película presenta un lenguaje cinematográfico que, para mí, era desconocido hasta haberla visto. Su distinción yace en la forma en que la acción, las palabras y la imagen interactúan creando una simbiosis envolvente para el espectador.
Por otro lado, las actuaciones no desentonan. Aunque no puedo destacar a ningún actor individualmente, la totalidad del reparto se convierte en un genial coro para este canto del cine posmoderno. Jamie Foxx es hilarante, Eiza Gonzalez cautivadora, Kevin Spacey sólido e imperturbable, Jon Hamm… en su mejor actuación desde Mad Men. Finalmente Ansel Elgort y Lily James, una pareja protagonista que retrata una historia similar a los romances clásicos del cine estadounidense de los años ’50 y ’60: instantáneo, sincero y utópico. En suma, Baby Driver puede la representación de un nuevo tipo de cine transgénero: el musical que no es musical, la acción que no es acción y la comedia que no es comedia (pero siendo todas las anteriores). Manos arriba para su director Edgar Wright
Ficha técnica:
Título: Baby Driver.
Año: 2017.
Director y guionista: Edgar Wright
País: Estados Unidos.
Música: Steven Price
Género: acción, crímen, comedia (musical).
Reparto: Ansel Elgort, Lily James, Kevin Spacey, Jamie Foxx, Jon Hamm, Eiza Gonzalez.
Duración: 115 minutos.